María Cristina Toledano Vergara
Cierto
día Hugo Iván, Luís Eduardo y Andrés Ricardo, llegaron a donde yo estaba. Me
encontraba en un rincón de mi jardín, contemplando extasiada el infinito azul del
cielo, los árboles verdes y frondosos, los limoneros, las petunias, orquídeas y
tulipanes, toda una gama de colores dignos de ser plasmados en el lienzo por un
pintor, estaba observando la belleza de la naturaleza, dando gracias a Dios,
por esa obra maravillosa de su creación; cuando los niños interrumpieron con
sus gritos y sonrisas, esos momentos sublimes de meditación.
- Abuelita, abuelita, te andamos buscando.
- Aquí estoy hijitos para que me quieren?
- Abuelita, queremos escuchar algunos relatos,
cuéntanos un cuento o una historia, de las tantas que tú conoces.
- Está bien, está bien, pero quiero que estén muy
atentos.
- Si abuelita, queremos sentarnos muy cerca de ti
para escucharte mejor.
Voy
a narrarles la historia de mi infancia allá en mi pueblo, así como mi abuelita
lo hacía conmigo cuando era niña, ella con todo su amor me acariciaba, me
abrazaba y me sentaba sobre sus piernas para que yo escuchara los relatos tan
amenos que me contaba; me hablaba del movimiento revolucionario de 1910, ella
conoció al general Emiliano Zapata, nos decía que mi abuelo le obsequió ganado
que era utilizado para el alimento de la tropa, ella tenía unos documentos que
el general le había dado en donde indicaba el número de cabezas de ganado que
había recibido y otros datos más. También nos relataba algunas leyendas sobre
“el Xoco”, “La Llorona”,
“Agustín Lorenzo” y los “Nahuales”, pláticas que a mis hermanos y a mí, nos
llenaban de emoción y de suspenso. Esto me hace recordar con más amor y respeto
a la abuelita.
Por
tal motivo yo quiero hacer lo mismo con ustedes, quiero narrarles algo que
considero importante de estos últimos años del viejo milenio, cosas que sino se
las comento no podrán imaginarlas, porque ustedes viven y vivirán una etapa en
la historia de la vida muy distinta a la mía, vivirán un nuevo milenio en el
que la tecnología está avanzando a pasos agigantados, habrá grandes
descubrimientos tecnológicos y científicos que vendrán a revolucionar la vida
en general.
Yo
viví una infancia llena de pobreza, de privaciones, sin embargo recuerdo haber
sido muy feliz allá en mi tierra natal Tepalcingo, Morelos, pueblo aldeano,
campesino, donde la pobreza imperaba, pueblo escondido entre los montes que lo
rodean, de gente humilde, de gran corazón, pueblo lleno de esperanza e ilusiones
al que siempre llevo dentro de mi ser.
Allá
por los años finales de los cuarenta y los cincuenta asistí a la escuela
primaria, ésta funcionaba en el curato de la iglesia; recuerdo con
agradecimiento a mis maestros, verdaderos apóstoles de la educación, a los
profesores: Sofía Toledano Vega, Amalia Pliego, Celestino Arizpe, Francisco
Oliván y Gonzalo González, a quienes le debo y agradezco sus enseñanzas
impartidas con energía, disciplina y mucho amor.
Por
esa época Tepalcingo, era un pueblo pequeño, la mayoría de sus casas eran de
zacate y sus límites estaban marcados algunos con alambres de púas, otros con
tecorrales (montículos, de piedra sobrepuesta), mi casa era pequeña, estaba
construida de adobe y su techo de teja, vivíamos muy cerca de la casa de mi
abuelita materna la señora Cipriana Alamilla Ariza, a la que queríamos mucho.
Tepalcingo como la mayoría de los pueblos,
carecía de todos lo servicios públicos; de luz eléctrica, por tal motivo nos
teníamos que alumbrar con velas, veladoras o quinqués de petróleo, las dos o
tres familias adineradas del pueblo se alumbraban con lámparas de gasolina.
Podemos
decir que vivíamos en tinieblas, sino se prendían las velas, los quinqués o los
candiles, era una oscuridad total, de manera que cuando salíamos a la calle de
noche, no se vía absolutamente nada, solo nos alumbraba la luz de la luna
cuando había. Así es hijitos, quiero que se vayan imaginando lo que les estoy
narrando. En las calles andaban sueltos los perros, los burros, y los marranos,
de manera que en la oscuridad de la noche muchas veces me caí sobre los
marranos, o me topé contra los burros porque no se veían.
No
contábamos con servicio de correo, telégrafo, mucho menos teléfono.
Se
carecía de estufa de gas, pues éstas, no se conocían, solamente las usaban en
la ciudad, por lo tanto se cocinaba con leña o carbón y lo hacíamos en los
braceros o en los clecuiles que se construían con barro.
¿Lavadoras?
Ni me las imaginaba, mis tías se iban a la barranca donde acondicionaban
piedras y ahí lavaban la ropa, así como se ve en las viejas películas
rancheras. Yo era pequeña, 8 o 10 años me gustaba bañarme y andar jugando en el
agua, generalmente íbamos a las barrancas de “Los Tepetates” o a “La Barranca Honda”,
tiempo después adaptaron lavaderos en las casas.
La
mayoría de las mujeres de la población acudían a los barrancas a lavar su ropa.
En esa época fluía mucha agua limpia y cristalina.
¿Planchas?
Solamente se usaban de fierro, como se carecía de luz eléctrica, se usaban de
ese material, había varios modelos y se calentaban sobre brazas de carbón o
leña y de esta manera se planchaba la ropa.
Agua
potable no había, se acudía a los nacimientos de agua del pueblo para
abastecerse, era agua dulce y fresca, mi abuelo iba al pocito de “los
Guayabos”, era el que nos quedaba más cerca de nuestro domicilio. En un caballo
cargaba dos cántaros llenos de agua, muy sabrosa. Había varios pozos
distribuidos en diferentes partes del pueblo,
actualmente éstos se han secado o se han contaminado con aguas negras.
Afortunadamente el pueblo cuenta ahora con agua potable. En algunas casas hay
pozos pero su agua no sirve para tomar, porque está un poco salada.
Las
calles del pueblo no estaban pavimentadas, por lo que andábamos en la tierra
suelta y cuando llovía, en el lodo. A mi en ese tiempo me gustaba andar
descalza, a veces porque no tenía zapatos y otras porque para mí era un placer
andar así.
Como
todo niño era muy traviesa, en el atrio de la iglesia de Jesús Nazareno, había
un frondoso tamarindo al que criminalmente cortaron; muchos niños nos
trepábamos para cortar los tamarindos que este árbol producía, el sacristán que
cuidaba la iglesia, el señor Martín, se enojaba mucho cuando nos veía subidos
en ese hermoso árbol de gran follaje, a base de lanzarnos piedras nos bajaba y
nos correteaba hasta que salíamos del atrio. Nosotros no nos dejábamos y le
gritábamos groserías. También nos íbamos a las barrancas a bañar, asistíamos a
la barranca de “Los Guayabos” y la de “Tlachica”, corrían aguas cristalinas, en
ellas llegamos observar pequeños animalillos a los que les llamábamos perros de
agua (nutrias). Actualmente esas barrancas están secas o corre muy poco agua y
contaminada.
Los
aparatos de radio y televisión empezaron a usarse a partir de 1961 que fue
cuando se introdujo la luz. También por esa fecha Tepalcingo contó con servicio
de correo y telégrafo.
Recuerdo
algunos programas que veíamos muy interesantes, entre ellos las caricaturas,
que siempre han sido atractivas para niños y adultos, eran interesantes, amenas
diferentes a las de ahora horribles y agresivas, que no proporcionan nada
educativo a la niñez.
En
cuanto a medicina en el pueblo no había médicos, sólo curanderas y matronas
(parteras), éstas últimas atendían a las mujeres, ayudándoles a parir a sus
hijos. Las personas que podían pagar a un médico, acudían a la ciudad de
Cuautla. Recuerdo que cuando tenía 9 años, mi hermana y yo nos enfermamos de
tifoidea, mi madre acudió con la tía Chepita, “la médica” del pueblo y nos
recetó unas purgas horribles preparadas con aceite de ricino mezclado con
refresco rojo, era una bomba atómica que nos produjo diarrea y vómito, pero
increíble nos aliviamos y creo que a todo mundo le recetaba lo mismo. Desde
entonces no tomo ningún refresco rojo, pues aunque han pasado cincuenta años,
no he olvidado esas maravillosas purgas.
Lo
interesante de Tepalcingo, en los años cuarenta y cincuenta, era su flora y
fauna; en las barrancas se veían muchas tortugas pequeñas y medianas
asoleándose sobre las rocas, en algunas ocasiones llegaron a salirse
encontrándolas en la calle. Igualmente en los tecorrales y techos de las casas,
se observaban gran cantidad de iguanas que todos los días salían a asolearse
para gozar del esplendoroso sol. En tiempos de lluvias los campos y calles del
pueblo, se embellecían con la hermosura policromada de mariposas, que
alegremente volaban jugueteando. Las calles también eran iluminadas por las
luces fluorescentes de las pequeñas luciérnagas, que por cientos se veían
revolotear.
En
los campos era común ver a los conejos y liebres saltar alegremente entre los
matorrales, los armadillos eran otros de los animalitos que encontrábamos en las veredas.
Los
campesinos y los rancheros que se adentraban en sus campos de labranzas, cerca
de las serranías solían ver con frecuencia, coyotes, zorras, cacomixtles,
téjones, mapaches, comadrejas, zorrillos, león de montaña, tigrillos, gato
montés, venado y jabalí, así como variedad de víboras y culebras. También aves
como, güilotas que eran cazada por algunas personas que comerciaban con ellas,
pues guisadas en chile ajo, es un platillo exquisito. Se veían parvadas de pájaros arroceros de un color
azul bellísimos, también cardenales, pájaros de plumaje rojo, que llamaban la
atención por su belleza, chachalacas, zopilotes que se veían en grupos
devorando algún animal muerto y muchas aves más que se han extinguido
desapareciendo totalmente. Con respecto a la flora muchas plantas han
desaparecido, éstas se veían en las orillas del pueblo; recuerdo unas bellas
“biznagas”, “barbas de chivo”, “agritas”, “cacachis” y muchas plantas más,
grandes y pequeñas que no se han vuelto a ver debido al crecimiento de la
población y a la deforestación, esto no solo ha sucedido en Tepalcingo sino en
todo México y a nivel mundial, pensar y ver todo esto, hace que la tristeza me
invada, porque todos sabemos que la naturaleza es fundamental para la
vida. “El hombre ha sido el causante
despiadado de la desaparición de especies animales y plantas sin considerar que
plantas y animales se constituyen en los recursos naturales que nos permiten
vivir en armonía.
Hijos,
en la conciencia del hombre queda pues, el decidir si a todas estas especies
las empezamos a proteger, cuidar, reproducir u optamos por eliminarlos por
siempre. Porque de todas formas quienes somos adultos ya gozamos de su
existencia pero ¿Cuál será la herencia que dejaremos a ustedes nuestros hijos?,
¿Tendrán ustedes la oportunidad de conocer estos recursos naturales?”
Así es, Huguito, Luisito y Andresito con esto que les he narrado podrán analizar dos épocas distintas la mía y la de ustedes.